La sobriedad en los espacios del movimiento
Kelsey Rhodes (ella) es la Directora Interina de Voz y Comunicaciones de Physicians for Reproductive Health. Está en Twitter, Instagram, Substack, y disfruta escribiendo por cuenta propia sobre lo queer, las enfermedades crónicas y el aborto.
En junio de 2023, si todo va acorde con el plan, cumpliré siete años trabajando en el espacio de la salud, los derechos y la justicia reproductiva y un año estando sobria. Después de que el estrés, una genética propensa a las adicciones, la pandemia, un divorcio y el hecho de salir del clóset como queer aumentaran mi comodidad con las borracheras, le hice daño a demasiada gente a la que quería y me di cuenta de que era hora de terminar a mi relación tóxica con el alcohol. Tengo suerte de haber logrado sortear el viaje de mi nueva sobriedad mientras trabajaba a distancia. Después de que las llamadas de Zoom terminaran al final del día, me desconectaba y recurría a los mecanismos de afrontamiento que me armé: un reconfortante Topo Chico, salir a pasear con mi pitbull y pasar el rato con mis amigxs dedicadxs al aborto de Kansas City, algunxs de los cuales también están sobrixs.
Pero esa burbuja de comodidad estalló cuando asistí en persona a mi primera conferencia pospandémica en el espacio repro. En diciembre, me dio muchísimo gusto ver a mis colegas y a mi comunidad por primera vez en la conferencia de la Sociedad de Planificación Familiar. Tenía una red de apoyo única al entrar en el espacio, así que supuse que estaría bien; tenía a mi persona de apoyo que es mi pareja y que también trabaja en el mundo repro, mis colegas sabían que estaba sobria, tenía mis mecanismos de afrontamiento. ¿Qué podía salir mal?
Para lo que no estaba preparada era para lo absolutamente central que era el alcohol y emborracharse en los espacios sociales de la conferencia. El viernes por la noche era la hora social en la sala de exposiciones y, aunque traía el cubrebocas, me paralizaba crónicamente el olor a champán, vino tinto y ginebra de los martinis que fluían libremente en las barras libres en ambos lados del espacio. El alcohol suavizaba las sonrisas de la gente pero a mí me endurecía. Empecé a dudar de mi capacidad para estar en espacios sociales.
Mi inseguridad se hizo más fuerte. Dios mío, no puedo hacer esto. No sé cómo hablar con la gente. Ya no soy divertida. No sé qué estoy haciendo. Fue un alivio cuando por fin salí de aquel espacio lleno de alcohol, pero pronto me di cuenta de que el lugar al que nos dirigíamos no era más que otro bar.
Tomé un trago de espresso y me di cuenta de que había llegado a mi límite. Pasé el resto de la noche intentando encontrar consuelo en el suelo de mi habitación de hotel, estirándome como una estrella de mar y sollozando. A la mañana siguiente, estaba agradecida de no estar en la conferencia tan cruda como lo había estado en todas las conferencias anteriores. Escribí mensajes de texto a todos mis colegas y amigxs de la conferencia diciéndoles que tendría que retirarme de los planes nocturnos durante el resto de la conferencia. No tenía los mecanismos de afrontamiento necesarios para estar en una comunidad tan centrada en la borrachera.
Como resultado, me perdí una cena del staff, no pude ver a lxs amigos locales que iban a venir a la fiesta de la ANSIRH y sentí que me había puesto en una situación que no sólo comprometía mi sobriedad, sino también mis relaciones profesionales. Si no podía convivir, ¿estaba perdiendo la oportunidad de reconstruir relaciones con gente a la que no había visto en años? Me preguntaba, ¿qué invitación a colaborar durante la borrachera estaba quedando sin atender?
Volver a casa y reflexionar sobre esta experiencia realmente dolorosa me dio el espacio para ver las muchas partes conmovedoras –y desafiantes– de esta historia y para alejarme de la autoculpabilidad y acercarme a la compasión.
Lo primero es lo primero: nosotrxs, como colectivo y comunidad, lo hemos pasado verdaderamente mal. Desde los inicios de nuestro movimiento, hemos estado a la defensiva y en un estado reactivo ya sea de lucha o huida. Estamos cansadxs. Hay momentos en los que nos sentimos solxs y asustadxs. Ansiamos estar juntxs. Necesitamos calmantes para el estrés y nuestra sociedad ha normalizado para siempre el alcohol y la bebida como una herramienta para desahogarnos y soltarnos. Tiene sentido que el alcohol se convierta en una herramienta de comunidad, conexión, relajación colectiva y juego.
Pero aquellxs de nosotrxs que no somos capaces de tener una relación sana con el alcohol nos estamos quedando atrás. Uno de mis primeros intentos de encontrar apoyo durante la conferencia fue enviar un mensaje de texto a unx amigx proveedorx de abortos sobrix y simplemente ser sincerx sobre lo duro que era para mí. Su respuesta me hizo un nudo en la garganta: "Las conferencias son peores que los bares. Es una locura. Especialmente este primer año de vuelta desde COVID. Tanta energía contenida".
Las conferencias son peores que los bares.
Nunca me lo había planteado, pero era cierto. Como yo era alguien con una relación de mierda con el alcohol, había menos espacios seguros en los que podía participar. En un espacio al que iba en busca de conexión, solidaridad, comunidad y cuidados, pero no podía participar de él. Ese fin de semana supuestamente sería un regreso a mi hogar, pero no me sentí como en casa.
En otros aspectos sí me sentí en casa. Había espacio para mi identidad como persona queer. Había espacio para mis enfermedades crónicas y para mi inmunodepresión. Pero de repente había menos espacio, o ninguno en absoluto, para que yo participara en este espacio de aborto desde la sobriedad.
He pasado el último mes y medio desde entonces construyendo mis herramientas de afrontamiento en terapia (bendito seguro médico proporcionado por mi trabajo repro que cubre la terapia con un copago de 25 dólares). Concretamente, estoy trabajando para sentirme preparada para un próximo retiro del personal en el que la primera noche está programada una happy hour para unir al equipo. Seguiré actuando con transparencia con mis colegas, seguiré esforzándome al máximo y seguiré intentando encontrar alternativas y una comunidad de apoyo.
Apoyar a las personas sobrias en los espacios del movimiento puede ser más que palabras de afirmación. Podría ser asegurarse de que haya opciones sin alcohol, y no sólo agua. Crear espacios dedicados sin alcohol en las reuniones sociales de las conferencias y retiros de equipo. Podría consistir en que reflexionáramos sobre nuestro lenguaje y sobre la forma en que bromeamos sobre depender del alcohol para crear vínculos o sobrellevar situaciones. Podría consistir en sugerir lugares que no sean el bar del hotel para reunirse. Centrarnos más en ofrecer recursos de bienestar como aromaterapia, hierbas y masajes y menos en asegurarnos de que el banquete incluya barra libre. O, de manera aún más directa, bajar la cuota de inscripción al evento para que pueda asistir más gente y se gasten menos recursos en asegurarse de que haya barra libre.
Y luego están los beneficios realmente fáciles de ver de este momento de mi vida. Ya no estoy en posiciones incómodas o comprometidas con colegas borrachxs al final de la noche. Ya no estoy desplomada en esas extrañas sillas de banquete deseando pasar una sesión de las 9 de la mañana sin ganas de vomitar y oliendo a tequila. Ya no me pregunto si el alcohol me dio un falso valor para decir algo que no quería a unx amigx, jefe o posible futuro empleador.
Todas esas pequeñas victorias son un regalo. Cada día que forjo vínculos con otras personas sobrias en la comunidad abortista es un regalo. Pero ojalá habláramos más de ello. Ojalá fuera más fácil encontrarnos. Podemos construir juntos el futuro que todxs soñamos. Podemos divertirnos y jugar mientras lo hacemos, todxs juntxs. Eso siempre significó todxs nosotrxs, y espero que las personas sobrias podamos encontrar formas de estar a salvo y más cómodamente en ese viaje, también.